Vallvidrera, es un barrio periférico de Barcelona. Integrado en el distrito de Sarrià- Sant Gervasi.
Originalmente constituía un término municipal independiente. En 1890 se unió al que por entonces era el municipio de Sarrià. Este municipio se integró en Barcelona en 1921 y, con él, también lo hizo Vallvidrera.
Su núcleo principal está situado al sudeste de la Sierra de Collserola sobre las cimas de Vallvidrera (362 metros) y de la Vinyassa (350 metros), en el medio de la colina que une las cimas del Turó de la Vilana (438 metros) y el Tibidabo (512 metros) con el Turó d’en Cors (393 metros) y San Pedro Mártir (384 metros), bajando hacia el oeste hasta los barrios de Les Planes, Mas Guimbau, Rectoret y Mas Sauró.
El antiguo término de Vallvidrera estuvo estrechamente vinculado a su iglesia: Santa María de Vallvidrera. De este templo se levantó a mediados del s. XVI y es de estilo gótico tardío. La primera noticia que se conserva de la fundación del templo se conserva en un documento en el que se cita la iglesia en el año 987, y que hace referencia a que la parroquia pertenecía a Valldoreix. En el s. XIII se convirtió en parroquia independiente. Fue restaurada en el s.XVI y quedó cerrada al culto durante la guerra civil española. Su aspecto es de una sola nave y ábside poligonal, que está flanqueado por un campanario de planta cuadrada, seguramente de la misma época. El cementerio adyacente es otro espacio singular, y uno de los dos únicos cementerios parroquiales que todavía se conservan en Barcelona
Como espacios naturales nos encontramos el Pantano de Vallvidrera. El pantano se diseñó en el año 1865 como proyecto hidráulico por Elies Rogent para proveer de agua potable a la villa de Sarrià, pero quedó en desuso durante muchos años, hasta que el Patrimonio de Collserola lo recuperó. En la actualidad está abierto a todo los visitantes que deseen disfrutar de área de esparcimiento y espacio natural.
Uno de los recorridos más hermosos es el de Vallvidrera a Torre Baró, pudiéndose hacer a pié o en bicicleta, por llamada carretera de les aigües y nos llevará por lo más alto de la Sierra de Collserola cruzando la ciudad a vista de pájaro prácticamente de punta a punta.
Al Tibidabo lo llaman la montaña mágica y es la cima más alta de la sierra de Collserola. Desde arriba podemos disfrutar del Templo Expiatorio del Sagrado Corazón, de un hotel abandonado, del parque de atracciones, del observatorio Fabra, dedicado desde principios del siglo XX a la observación meteorológica, y si el día está despejado, subir al punto más alto de la montaña supone situarse en un mirador perfecto para ver incluso la isla de Mallorca.
Una montaña a la que se acceder en tranvía o en el funicular, que ha sido escenario de muchas fiestas para los barceloneses, y que ahora reivindica su papel como uno de los grandes ejes de la ciudad.
El observatorio Fabra es declarado Bien Cultural de Interés Nacional en el 2014. Lleva más de un siglo dedicándose al estudio de la meteorología, la sismología y la astronomía, considerándose uno de los más antiguos. El observatorio se centra en la recogida y el estudio de datos, desde seísmos hasta fotografías de pequeños asteroides, y también organiza cursos, visitas guiadas y observaciones, aparte de participar en programas científicos internacionales
Fue inaugurado solemnemente en 1904 en presencia del rey Alfonso XIII, y pertenece a la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona. El nombre proviene de Camil Fabra i Fontanills, marqués de Alella, un industrial y político de Barcelona que donó una importante suma de dinero para la realización de un proyecto que, en un primer momento, solo tenía en cuenta dos ámbitos: el astronómico y el meteorológico.
El Observatorio ha recibido varias distinciones, entre las cuales se encuentran la placa Narcís Monturiol, de la Generalitat de Catalunya, y la Medalla de Oro de la Ciudad, del Ayuntamiento de Barcelona.
En 2014, la European Physical Society (EPS) concedió al Observatorio Fabra la distinción de Historic Site (sitio histórico) por el descubrimiento de la atmósfera de Titán (entre otros descubrimientos); y por sus series centenarias (meteorológica y sísmica). El Observatorio Fabra ha sido el primer centro de España en recibir esta distinción de la EPS.
Las visitas que organiza el Observatorio Fabra son una experiencia inolvidable, ya que incluyen observaciones directas de la Luna, Júpiter, Saturno o Marte según la época del año y de diferentes astros, e incluso la posibilidad de cenar bajo las estrellas. Las observaciones se continúan haciendo como hace un siglo, es decir, con el telescopio refractor gigantesco que data de 1904.
Cuando entran en el observatorio o salen de él, los visitantes hacen otro hallazgo delicioso: una pequeña ruta botánica por los jardines que lo rodean, donde se pueden contemplar pinos, abetos, cipreses, encinas y acebos, mimosas, laureles y lentiscos, y muchas otras especies.
El Parque de Atracciones del Tibidabo es uno de los más antiguos de Europa aún en funcionamiento. Su inauguración, en 1901, supuso la conquista por parte de los barceloneses de la montaña, que pasaba a ser un referente del ocio en la ciudad.
A finales del siglo XIX, el doctor Andreu decidió urbanizar los terrenos del Tibidabo y sacarles provecho, entre ellos de la cima, donde construyó un parque de atracciones como colofón de su proyecto de ciudad-jardín. Si bien al principio los ciudadanos subían a pie, a «hacer salud», el Tranvía Blau y el funicular un extraño ascensor, tal como decían a principios de siglo lograron que el parque de atracciones se convirtiera en uno de los puntos de ocio más importantes para la gente de Barcelona.
El Parque cuenta con atracciones centenarias como los primeros espejos deformantes, que atrajeron a una multitud de visitantes; la Atalaya, que ofrece vistas únicas de la ciudad a más de 50 metros desde la cima; el avión que da vueltas desde 1928; el museo de los autómatas, una de las mejores colecciones del mundo que hacen felices a pequeños y mayores y forman parte de la memoria de la ciudad.
Un espacio emblemático que incluso robó el corazón al mismo Walt Disney: dice la leyenda que extendió un cheque en blanco para llevarse uno de los autómatas del Tibidabo, pero que no lo consiguió. Quizá la magia del Tibidabo hizo de las suyas.